Vivimos en una era donde la música ha perdido su esencia. Aquellas melodías que solían cautivar corazones y llevar mensajes de amor han sido reemplazadas por letras vacías que, en lugar de invitar a soñar, parecen querer empedrar las fiestas y denigrar a la mujer. Ya no se canta para enamorar; se canta para viralizar.
Los nuevos compositores no buscan crear un legado musical, sino un hit que dure apenas unas semanas en la cima de los charts. El amor, como concepto en la música, se ha visto reducido a frases superficiales, y la mujer, que en otro tiempo era musa, ahora se ha convertido en un objeto de consumo, una simple pieza dentro de un engranaje que busca generar clics y visualizaciones. ¿Es esto lo que queremos para el futuro de nuestra música?
Pero, ¿por qué llegamos a esto? Creo que en gran medida la mujer no ha logrado ocupar su lugar en este milenio por no darse a respetar en un mundo que la utiliza como mercancía. Hemos llegado a un punto donde el respeto parece haberse perdido, y todo se justifica bajo el amparo del empoderamiento. No me malinterpreten; el empoderamiento femenino es vital, pero ¿a qué costo? ¿Estamos confundiendo empoderamiento con permisividad?
La industria musical y los medios de comunicación han creado una burbuja, un espejismo donde lo único que importa es el alcance en redes sociales. Hay más artistas auténticos fuera de ellas que dentro, luchando por un espacio que parece inalcanzable porque no están dispuestos a vender su esencia por un puñado de “likes”.
El verdadero problema es que ya no hay un público que aprecie la música hecha con dedicación, con mensajes positivos y constructivos. La industria no busca artistas comprometidos con un mensaje, sino productos efímeros que se vendan rápido. ¿Qué será de aquellos que estudiaron para llevar un mensaje de unidad y amor al mundo? ¿Qué será del futuro de los verdaderos artistas que quieren transformar el mundo a través de su música?
Necesitamos una revolución del amor en la música, un retorno a las raíces, a esas composiciones que inspiraban y daban esperanza. ¿Cómo queremos ser recordados? ¿Como la generación que comercializó y destruyó el amor, o como aquella que fue capaz de rescatarlo y darle un nuevo significado?
Es hora de que los compositores, artistas y el público nos replanteemos el camino. Porque la música que enamora todavía existe, solo está esperando que volvamos a escucharla.
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