El llamado del relevo
Ser inmigrante es más que cruzar una frontera; es desprenderse de una vida para construir otra desde cero. Es el acto de valentía más grande que puede hacer un ser humano: dejar todo atrás con la esperanza de que adelante hay algo mejor. A lo largo de mi vida, he aprendido que la valentía no se trata de no tener miedo, sino de seguir adelante a pesar de él. Y si algo nos ha enseñado la historia, es que solo aquellos que desafían el miedo logran cambiar el mundo.
Llevo años fuera de Venezuela, pero mi tierra sigue latiendo en mi pecho, porque la patria no es un territorio, es la gente que llevamos dentro. Mi camino ha estado marcado por la lucha, por la empatía y por la inquebrantable convicción de que nadie avanza solo. Porque la vida, la verdadera vida, no se trata de acumular logros individuales, sino de ver cuánto podemos hacer por los demás.
He visto a hombres y mujeres perderlo todo y seguir caminando con la cabeza en alto. He visto a madres hambrientas alimentar primero a sus hijos. He visto a desconocidos ayudarse entre sí como si llevaran la misma sangre. Y es ahí donde radica la verdadera grandeza del ser humano: en la capacidad de dar sin esperar recibir.
Pero entonces, surge la gran pregunta: ¿Qué tan difícil puede ser simplemente ser humano?
Nos han hecho creer que la empatía es un lujo, que la compasión es debilidad, que la lucha es inútil. Nos han vendido un mundo donde el poder vale más que la verdad, donde el dinero compra conciencias y donde aquellos que deberían velar por nosotros han olvidado para quién trabajan. He conocido políticos en mis 44 años de vida y, con dolor, debo admitir que son pocos los que realmente entienden el peso de sus decisiones. Muchos han cambiado principios por privilegios, sueños por cifras, verdad por conveniencia.
Pero el cambio no vendrá de ellos. No vendrá de quienes nos han fallado una y otra vez. El cambio viene de nosotros.
Porque también he conocido grandes personas que, sin necesidad de un título ni una banda presidencial, hacen cosas extraordinarias por el mundo. Personas que alinean lo que piensan con lo que dicen y lo que hacen. Personas que no esperan a que alguien los autorice a hacer lo correcto.
Ya ustedes saben quiénes son. Los que construyen en lugar de destruir. Los que sanan en lugar de herir. Los que entienden que no necesitamos más fronteras, más divisiones ni más discursos vacíos. Necesitamos acción, necesitamos amor, necesitamos inteligencia.
Decía Albert Einstein que “la mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original.” Y es esa capacidad de abrir la mente lo que nos hace imparables.
Todos tenemos un poder, y es nuestra inteligencia. Y no podemos seguir desperdiciándola en trivialidades, en peleas absurdas, en rencores que solo nos alejan de lo verdaderamente importante. Tenemos que usarla para rescatar el futuro, para salvar a la nueva generación, la que viene con nuestros hijos.
Nos llaman millennials, nos llaman rebeldes, nos llaman utópicos. Pero somos mucho más que eso. Somos la generación que cree en la paz sin pasaportes ni fronteras. Somos la generación que cree en la tecnología, en el futuro, en la creación, en la verdad.
Y sí, hay quienes aún creen que pueden engañarnos. Que pueden seguir vendiéndonos un mundo construido sobre mentiras, manipulación y política falsa. Pero se equivocan. Porque nosotros somos el relevo.
Y al relevo no se le silencia. No se le compra. No se le manipula.
El relevo exige, el relevo piensa, el relevo actúa.
Y si quienes están por encima de nosotros se han equivocado, tenemos el derecho —y el deber— de corregir el rumbo. Porque al final del día, ellos van de salida. Y nosotros somos el futuro.
No creemos en discursos. Creemos en hechos. Y junto con la historia, lo demostraremos.
No lucharemos con odio. Lucharemos con amor e inteligencia.
No venceremos con fuerza. Venceremos con verdad.
Y cuando nos pregunten cómo lo hicimos, responderemos simplemente:
Nosotros nunca nos rendimos.
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